Conmemorar el 7 de marzo como el “Día Mundial del Campo” engloba una causa noble y muy necesaria en tiempos actuales: destacar la importancia que tiene el medio rural para el buen desarrollo de la vida social, ambiental y económica de cualquier sociedad.
Esta idea surgió en nuestro país en el siglo XX y poco a poco fue extendiéndose alrededor de toda Latinoamérica, Europa y el mundo, hasta convertirse en una fecha internacional.
La palabra “campo” proviene del latín y posee un amplio significado. Engloba de forma general el espacio físico que alberga las distintas tierras, ecosistemas y agroecosistemas, poblaciones rurales y formas de vida agrarias en contraposición con lo urbano.
Vinculado con amplios volúmenes de producción de alimentos y materias primas, el campo es peligrosamente tratado bajo una visión meramente productiva y reduccionista, lo cual pone en riesgo el equilibrio de los sistemas rurales y demás servicios que presta a la sociedad, como la regulación del ciclo hidrológico, el mantenimiento de la composición de gases de la atmósfera, la conservación de la biodiversidad o la protección del suelo, que frecuentemente son obviados debido a que no poseen un valor monetario relevante.
Por ello, celebrar el Día Mundial del Campo no sólo enfatiza el rol fundamental del sector agropecuario y de los distintos actores que lo trabajan en la vida social, sino que además genera conciencia para generar una reversión de la grave degradación de recursos y ecosistemas, la erosión cultural y la pérdida de valores fundamentales que comprometen la identidad y las oportunidades de las futuras generaciones.